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leche le sustentaba, y con las lágrimas le bañaba el rostro; y desta manera estuvo sin levantar el suyo tanto espacio cuanto el niño no quiso dejar el pecho. En este espacio guardaban todos cuatro silencio; el niño mamaba; pero no era ansí, porque las recién paridas no pueden dar el pecho, y así cayendo en la cuenta la que se lo daba, se volvió a don Juan, diciendo: En balde me he mostrado caritativa; bien parezco nueva en estos casos; haced, señor, que a este niño le paladeen con un poco de miel, y no consintáis que a estas horas le lleven por las calles; dejad llegar el día, y antes que le lleven vuélvanmele a traer, que me consuelo en verle.

Volvió el niño don Juan a la ama, y ordenóle le entretuviese hasta el día, y que le pusiese las ricas mantillas con que le había traído, y que no le llevase sin primero decírselo. Y volviendo a entrar, y estando los tres solos, la hermosa dijo: —Si queréis que hable, dadme primero algo que coma, que me desmayo, y tengo bastante ocasión para ello.

Acudió prestamente don Antonio a un escritorio, y sacó dél muchas conservas, y de algunas comió la desmayada, y bebió un vidrio de agua fría, con que volvió en sí, y algo sosegada, dijo: —Sentaos, señores, y escuchadme.

Hiciéronlo así, y ella, recogiéndose encinia del lecho, y abrigándose bien con las faldas del vestido, dejó descolgar por la espalda un velo que en la cabeza traía, dejando el rostro exento y des-