Página:Novelas ejemplares - Tomo IV (1920).pdf/75

Esta página no ha sido corregida
75
 

Entre enhorabuena—dijo ella—, aunque si no fuese el duque, mis desdichas serían mayores.

Todas estas razores había oído don Juan, y viendo que tenía licencia para entrar, con el sombrero en la mano entró en el aposento, y así como se le puso delante, y ella conoció no ser quien decia el del rico sombrero, con voz turbada y lengua presurosa, dijo: —¡Ay, desdichada de mí! Señor. mío, decidme luego, sin tenerme más suspensa: ¿conocéis el dueño dese sombrero? ¿Dónde le dejastes, o cómo vino a vuestro poder? ¿Es vivo por ventura, o son ésas las nuevas que me envía de su muerte? Ay, bien mío, qué sucesos son éstos!Aquí veo tus prendas, aquí me veo sin ti encerrada, y en poder que, a no saber que es de gentiles hombres españoles, el temor de perder mi honestidad me hubiera quitado la vida!

—Sosegaos, señora—dijo don Juan—, qué ni el dueño deste sombrero es muerto, ni estáis en parte donde se os ha de hacer agravio alguno, sino serviros con cuanto las fuerzas nuestras al canzaren, hasta poner las vidas por defenderos y ampararos; que no es bien que os salga vana la fe que tenéis de la bondad de los españoles; y pues nosotros lo somos, y principales que aquí viene bien ésta que parece arrogancia, estad segura que se os guardará el decoro que vuestra presencia merece.

—Así lo creo yo—respondió ella—; pero con todo eso, decidme, señor, ¿cómo vino a vuestro