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la encerrada, y vengo a poner en paz esta pendencia.

Tenéis más que decir, dan Antonio?—preguntó don Juan.

—Pues no os parece que he dicho harto?—respondió don Antonio—; pues he dicho que tengo debajo de llave y en mi aposento la mayor belleza que humanos ojos han visto.

—El caso es extraño, sin duda—dijo don Juanpero oid el mío.

Y luego le contó todo lo que le había sucedido, y cómo que la criatura que le habían dado estaba en casa en poder de su ama, y la orden que le había dejado de mudarle las ricas mantillas en pobres, y de llevarla adonde la criasen, o a lo menos socorriesen la presente necesidad; y dijo más: que la pendencia que él venía a buscar ya era acabada y puesta en paz, que él se había hallado en ella, y que a lo que él imaginaba todos los de la riña debían de ser gentes de prendas y de gran valor.

Quedaron entrambos admirados del suceso de cada uno, y con priesa se volvieron a la posada, por ver lo que había menester la encerrada.

En el camino dijo don Antonio a don Juan que él había prometido a aquella señora que no la dejaría ver de nadie, ni entrar en aquel aposento sino él sólo, en tanto que ella no gustase otra cosa.

—No importa nada—respondió don Juan—, que no faltará orden para verla, que ya lo deseo en extremo, según me la habéis alabado de hermosa.