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le dejó sin saber quién era, y se vino a su casa, sin querer llegar a la puerta donde le habían dado la criatura, por parecerle que todo el barrio estaba despierto y alborotado con la pendencia.

Sucedió, pues, que volviéndose a su posada, en la mitad del camino encontró con don Antonio de Isunza, su camarada, y conociéndose, dijo don Antonio: —Volved conmigo, don Juan, hasta aquí arriba, y en el camino os contaré un extraño cuento que me ha sucedido, que no le habréis oído tal vez en toda vuestra vida.

—Como esos cuentos os podré contar yo—respondió don Juan—; pero vamos donde queréis, y contadme el vuestro.

Guió don Antonio, y dijo: —Habéis de saber que, poco más de una hora después que salisteis de casa, salí a buscaros, y no treinta pasos de aquí vi venir casi a encontrarme un bulto negro de persona, que venía muy aguijando, y llegándose cerca, conocí ser mujer en el hábito largo, la cual, con voz interrumpida de sollozos y de suspiros, me dijo: "Por ventura, señor, sois extranjero, o de la ciudad?" "Extranjero soy, y español"—respondi yo. Y ella: "Gracias al cielo, que no quiere que muera sin sacramentos." "Venís herida, señora — repliqué yo, o traéis algún mal de muerte?" "Podría ser que el que traigo lo fuese, si presto no se me da remedio; por la cortesía que siempre suele reinar en los de vuestra nación, os suplico, señor