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tró otro de poca más edad que el primero, y no de menos gallardía; y apenas le hubo oído la huéspeda, cuando dijo: — Válame Dios, y qué es esto! ¿Vienen, por ventura, esta noche a posar ángeles a mi casa?

—¿Por qué dice eso la señora huéspeda?—dijo el caballero.

—No lo digo por nada, señor—respondió la mesonera; sólo digo que vuesa merced no se apee, porque no tengo cama que darle, que dos que tenía las ha tomado un caballero que está en aquel aposento, y me las ha pagado entrambas, aunque no había menester más de la una sola, porque nadie le entre en el aposento, y es que debe gustar de la soledad; y en Dios y en mi ánima que no sé yo por qué, que no tiene él cara ni disposición para esconderse, sino para que todo el mundo le vea y le bendiga.

—Tan lindo es, señora huéspeda?—replicó el caballero.

—Y ¡cómo si es lindo! dijo ella, y aún más `que relindo.

—Ten aquí, mezo—dijo a esta razón el caballero, que, aunque duerma en el suelo, tengo de ver hombre tan alabado.

Y dando el estribo a un mozo de mulas que con él vénía, se apeó, y hizo que le diesen luego de cenar, y así fué hecho. Y estando cenando entró un alguacil del pueblo como de ordinario en los lugares pequeños se usa, y sentóse a conversación con el caballero en tanto que cenaba, y