Ah, traidores, que sois muchos, y yo solo!
Pero con todo eso no os ha de valer vuestra superchería.
Oyendo y viendo lo cual don Juan, llevado de su valeroso corazón, en dos brincos se puso a su lado, y metiendo mano a la espada, y a un broquel que llevaba, dijo al que defendía, en lengua italiana, por no ser conocido por español: —No temáis, que socorro os ha venido que no os faltará hasta perder la vida; menead los puños, que traidores pueden poco, aunque sean muchos.
A estas razones respondió uno de los contrarios: —Mientes, que aquí no hay ningún traidor; que el querer cobrar la honra perdida, a toda demasía da licencia.
No le habló más palabras, porque no les daba lugar a ello la priesa que se daban a herirse los enemigos, que al parecer de don Juan debían de ser seis. Apretaron tanto a su compañero, que de dos estocadas que le dieron a un tiempo en los pechos dieron con él en tierra. Don Juan creyó que le habían muerto, y con ligereza y valor extraño se puso delante de todos, y los hizo arredrar a fuerza de una lluvia de cuchilladas y estocadas; pero no fuera bastante su diligencia para ofender y defenderse si no le ayudara la buena suerte con hacer que los vecinos de la calle sacasen lumbres a las ventanas, y grandes voces llamasen a la justicia; lo cual visto por los con-