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por otro, y que había sido error darle a él la criatura.

Finalmente, sin hacer más discursos, se vino a casa con ella, a tiempo que ya don Antonio no estaba en ella; entróse en un aposento, y llamó al ama, descubrió la criatura y vió que era la más hermosa que jamás hubiese visto; los paños en que venía envuelta mostraban ser de ricos padres nacida; desenvolvióla el ama, y hallaron que era varán.

—Menester es—dijo don Juan—dar de mamar a este niño, y ha de ser desta manera; que vos, ama, le habéis de quitar estas ricas mantillas, y ponerle otras más humildes, y sin decir que yo le he traído le habéis de llevar en casa de una partera, que las tales siempre suelen dar recado y remedio a semejantes necesidades; llevaréis dineros con que la dejéis satisfecha, y daréisle los padres que quisiéredes, para encubrir la verdad de haberlo yo traído.

Respondió el ama que así lo haría, y don Juan, con la priesa que pudo, volvió a ver si le ceceaban otra vez; pero un poco antes que llegase a la casa adonde le habían llamado, oyó gran ruido de espadas, como de mucha gente que se acuchillaba. Estuvo atento, y no sintió palabra alguna; la herrería era a la sorda; y a la luz de las centellas que las piedras heridas de las espadas levantaban, casi pudo ver que eran muchos los que a uno solo acometían, y confirmóse en esta verdad oyendo decir: