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beral caballero, que tanto los había favorecido y agasajado, cuyo nombre eran don Sancho de Cardona, ilustrisimo por sangre y famoso por su persona; ofreciéronsele todos de guardar perpetuamente ellos y sus descendientes, a quien se lo dejarían mandado, la memoria de las mercedestan singulares dél recebidas, para agradecellas siquiera, ya que no pudiesen servirles. Don Sancho los abrazó a todos, diciéndoles que de su natural condición nacía hacer aquella obras, o otras que fuesen buenas, a todos los que conocía o imaginaba ser hidalgos castellanos. Reiteráronse dos veces los abrazos, y con alegría mezclada con algún sentimiento triste se despidieron, y caminando con la comodidad que permitía la delicadeza de las dos nuevas peregrinas, en tres días llegaron a Monserrate, y estando allí otros tantos, haciendo lo que a buenos y católicos cristianos debían, con el mismo espacio volvieron a su camino, y sin sucederles revés ni desmán alguno llegaron a Santiago. Y después de cumplir su voto con la mayor devoción que pudieron, no quisieron dejar el hábito de peregrinos hasta entrar en sus casas, a las cuales llegaron poco a poco, descansados y contentos; mas antes que llegasenestando a vista del lugar de Leocadia—que, como se ha dicho, era a una legua del lugar de Teodosia, desde encima de un recuesto los descubrieron a entrambos, sin poder encubrir las lágrimas que el contento de verlos les trujo a los ojos, a lo menos a las dos desposadas, que con su