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der, y con este título sólo viviré contenta; y si las costumbres que en mí viéredes, después de ser vuestra, fueren parte para que me estiméis en algo, daré al cielo las gracias de haberme traído por tan extraños rodeos y por tantos males a los bienes de ser vuestra; dadme, señor don Rafael la mano de ser mío, y veis aquí os la doy de ser vuestra, y sirvan de testigos los que vos decís: el cielo, da mar, las arenas y este silencio, sólo interrumpido de mis suspiros y de vuestros ruegos.

Diciendo esto se dejó abrazar, y le dió la mano, y don Rafael le dió la suya, celebrando el nocturno y nuevo desposorio solas las lágrimas que el contento, a pesar de la pasada tristeza, sacaba de sus ojos. Luego se volvieron a casa del caballero, que estaba con grandísima pena de su falta, y la misma tenían Marco Antonio y Teodosia; los cuales ya por mano del clérigo estaban desposados, que a persuasión de Teodosia temerosa que algún contrario accidente no le turbase el bien que había hallado el caballero envió luego por quien los desposase, de modo que cuando don Rafael y Leocadia entraron, y don Rafael contó lo que con Leocadia le había sucedido, ansi les aumentó el gozo, como si ellos fueran sus cercanos parientes: que es condición natural y propia de la nobleza catalana saber ser amigos, y favorecer a los extranjeros que de ellos tienen necesidad alguna. El sacerdote, que presente estaba, ordenó que Leocadia mudase el hábito y se vistiese