bien, que es lo que más habéis de estimar, y que en cambio de hallaros sola y en traje que desdice mucho del de vuestra honra, lejos de la casa de vuestros padres y parientes, sin persona que os acuda a lo que menester hubiéredes, y sin esperanza de alcanzar lo que buscábades, podéis volver a vuestra patria en vuestro propio, honrado y verdadero traje, acompañada de tan buen esposo como el que vos supistes escogeros; rica, contenta, estimada y servida, y aun loada de todos aquellos a cuya noticia llegaren los sucesos de vuestra historia; si esto es así, como lo es, no sé en qué estáis dudando; acabad—que otra vez os lo digo—de levantarme del suelo de mi miseria al cielo de mereceros, que en ello haréis por vos misma y cumpliréis con las leyes de la cortesía y del buen conocimiento, mostrándoos en un mismo punto agradecida y discreta.
—Ea, pues dijo a esta sazón la dudosa Leocadia, pues así lo ha ordenado el cielo, y no es en mi mano ni en la de viviente alguno oponerse a lo que él determinado tiene, hágase lo que él quiere y vos queréis, señor mío; y sabe el mismo cielo con la vergüenza que vengo a condescender con vuestra voluntad, no porque no entienda lo mucho que en obedeceros gano, sino porque temo que en cumpliendo vuestro gusto me habéis de mirar con otros ojos de los que quizá hasta agora, mirándome, os har engañado; mas sea como fuere, que en fin el nombre de ser mujer legitima de don Rafael de Villavicencio no le podré per-