dolas dejó caer el brazo, dando muestras que se desmayaba. Acudió luego don Rafael, y abrazándole estrechamente, le dijo: —Volved en vos, señor mío, y abrazad a vuestro amigo y a vuestro hermano, pues vos queréis que do sea; conoced a don Rafael, vuestro camarada, que será el verdadero testigo de vuestra voluntad y de la merced que a su hermana queréis hacer con admitirla por vuestra.
Volvió en sí Marco Antonio, y al momento conoció a don Rafael, y abrazándole estrechamente y besándole en el rostro, le dijo: —Ahora digo, hermano y señor mío, que la suma alegría que he recibido en veros no puede traer menos descuento que un pesar grandísimo: pues se dice que tras el gusto se sigue la tristeza; pero yo daré por bien empleada cualquiera que me viniere, a trueco de haber gustado del contento de veros.
—Pues yo os le quiero hacer más cumplido—replicó don Rafael—con presentaros esta joya, que es vuestra amada esposa.
Y buscando a Teodosia la halló llorando detrás de toda la gente, suspensa y atónita entre el pesar y la alegría por lo que veía y por lo que había oído decir. Asióla su hermano de la mano, y ella sin hacer resistencia se dejó llevar donde el quiso, que fué ante Marco Antonio, que la conoció y se abrazó con ella, llorando los dos tiernas y amorosas lágrimas. Admirados quedaron cuantos en la sala estaban viendo tan extraño aconteci-