LAS DOS DONCELLAS
Cinco leguas de la ciudad de Sevilla está un lugar que se llama Castilblanco, y en uno de muchos mesones que tiene, a la hora que anochecía, entró un caminante sobre un hermoso cuartago extranjero; no traía criado alguno, y sin esperar que le tuviesen el estribo, se arrojó de la silla con gran ligereza.
Acudió luego el huésped—que era hombre diligente y de recato—; mas no fué tan presto que no estuviese ya el caminante sentado en un poyo que en el portal había, desabrochándose muy apriesa los botones del pecho, y luego dejó caer los brazos a una y a otra parte, dando manifiesto indicio de desmayarse. La huéspeda, que era caritativa, se llegó a él, y rociándole con agua el rostro, le hizo volver en su acuerdo; y él, dando muestras que le había pesado de que así le hubiesen visto, se volvió a abrochar, pidiendo que le diesen luego un aposento donde se recogiese, y que, si fuese posible, fuese solo.
Díjole la huéspeda que no había más de uno en toda la casa, y que tenía dos camas, y que era