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tropel de gente con grande alboroto, y, preguntando la causa de aquel ruido y movimiento, les respondieron que la gente de las galeras que estaban en la playa se había revuelto y trabado con la de la ciudad. Oyendo lo cual, don Rafael quiso ir a ver lo que pasaba, aunque Calvete le dijo que no lo hieciese, por no ser cordura irse a meter en un manifiesto peligro, que él sabía bien cuán mal libraban los que en tales pendencias se metían, que eran ordinarias en aquella ciudad cuando a ella llegaban galeras. No fué bastante el buen consejo de Calvete para estorbar a don Rafael la ida, y así le siguieron todos; y en allegando a la marina, vieron muchas espadas fuera de las vainas, y mucha gente acuchillándose sin piedad alguna; con todo esto, sin apearse llegaron tan cerca que distintamente veían los rostros de los que peleaban, porque aun Lo era puesto el sol. Era infinita la gente que de la ciudad acudía, y mucha la que de las galeras se desembarcaba, puesto que el que las traía a cargo, que era un caballero valenciano, llamado don Pedro Vique, desde la popa de la galera capitana amenazaba a los que se habían embarcado en los esquifes para ir a socorrer a los suyos; mas viendo que no aprovechaban sus voces ni sus amenazas, hizo volver las proas de las galeras a la ciudad, y disparar una pieza sin bala, señal de que si no se apartasen, otra no iría sin ella. En esto estaba don Rafael atentamente mirando la cruel y bien trabada riña, y vió y notó