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mucha firmeza, y hacer de suerte que me cum—, pliese la promesa; pero juntamente con esto he considerado que con facilidad negará las palabras que en un papel están escritas el que niega las obligaciones que debían estar grabadas en el alma; que claro está que si él tiene en su compañía a la sin par Teodosia, no ha de querer mirar a la desdichada Leocadia; aunque con todo esto pienso morir, o ponerme en la presencia de los dos, para que mi vista les turbe su sosiego: no piense aqueIla enemiga de mi descanso gozar tan a poca costa lo que es mío; yo la buscaré, yo la hallaré y yo le quitaré la vida, si puedo.

—Pues qué culpa tiene Teodosia—dijo Teodoro, si ella quizás también fué engañada de Marco Antonio, como vos, señora Leocadia, lo habéis sido?

—¿Puede ser eso así dijo Leocadia—, si se la llevó consigo? Y estando juntos los que bien se quieren, ¿qué engaño puede haber? Ninguno por cierto ellos están contentos, pues están juntos, ora estén como suele decirse en los remotos y abrasados desiertos de Libia, o en los solos y apartados de la helada Escitia; ella le goza, sin duda, sea donde fuere, y ella sola ha de pagar lo que he sentido hasta que le halle.

—Podía ser que os engañásedes—replicó Teodosia, que yo conozco muy bien a esa enemiga vuestra que decís, y sé de su condición y recogimiento que nunca ella se aventuraría a dejar la casa de sus padres ni acudir a la voluntad de