¿Súpolo vuestro padre, o en qué pararon tan honestos y sabios principios?
—Pararon—dijo Leocadia—en ponerme de la manera que veis, porque no le gocé, ni me gozó, ni —vino al concierto señalado.
Respiró con estas razones Teodosia, detuvo los espíritus que poco a poco la iban dejando, estimulados y apretados de la rabiosa pestilencia de los celos, que a más andar se le iban entrando por los huesos y medulas, para tomar entera posesión de su paciencia; mas no la dejó tan libre que no volviese a escuchar con sobresalto lo que Leocadia prosiguió, diciendo: —No solamente no vino; pero de allí a ocho días supe por nueva cierta que se había ausentado de su pueblo y llevado de casa de sus padres a una doncella de su lugar, hija de un principal caballero, llamada Teodosia, doncella de extremada hermosura y de rara discreción; y por ser de tan nobles padres, se supo en mi pueblo el robo, y luego llegó a mis oídos, y con él la fría y temida lanza de los celos, que me pasó el corazón y me abrasó el alma en fuego tal que en él se hizo ceniza mi honra y se consumió mi crédito, se secó mi paciencia y se acabó mi cordura. ¡Ay de mí, desdichada!, que luego se me figuró en la imaginación Teodosia más hermosa que el sol, y más discreta que la discreción misma, y, sobre todo, más venturosa que yo, sin ventura. Leí, luego las razones de la cédula, vilas firmes y valederas, y que no podían faltar en la fe que publicaban; y