manera que no pudo dejar de acompañarle en ellas—propia y natural condición de mujeres principales enternecerse de los sentimientos y trabajos ajenos; pero después que con dificultad retiró sus manos de la boca del mancebo, estuvo atenta a ver lo que le respondía, el cual, dando un profundo gemido, acompañado de muchos suspiros, dijo: —No quiero ni puedo negaros, señor, que vuestra sospecha no haya sido verdadera: mujer soy, y la más desdichada que echaron al mundo las mujeres, y pues las obras que me habéis hecho y los ofrecimientos que me hacéis me obligan a obedeceros en cuanto me mandáredes, escuchad, que yo os diré quién soy, si ya no os cansa oír ajenas desventuras..
—En ellas viva yo siempre—replicó Teodoro, si no llegue el gusto de saberlas a la pena que me darán el ser vuestras, que ya las voy sintiendo como propias mías.
Y tornándole a abrazar, y a hacer nuevos y verdaderos ofrecimientos, el mancebo, algo más sosegado, comenzó a decir estas razones: —En lo que toca a mi patria, la verdad he dicho; en lo que toca a mis padres, no la dije, porque don Enrique no lo es, sino mi tío, y su hermano don Sancho mi padre. que yo soy la hija desventurada que vuestro hermano dice que don Sancho tiene tan celebrada de hermosa, cuyo engaño y desengaño se echa de ver en la ninguna hermosura que tengo; mi nombre es Leocadia; la