vete, el mozo de mulas, le prestase su capa hasta que en el primer lugar comprasen otra para aquel gentil mancebo. Dióla Calvete, y Teodoro cubrió con ella al mozo, preguntándole de dónde era, de dónde venía y adónde caminaba. A todo esto estaba presente don Rafael, y el mozo respondió que era del Andalucía, y de un lugar que, en nombrándole, vieron que no distaba del suyo sino dos leguas; dijo que venía de Sevilla, y que su designio era pasar a Italia a probar ventura en el ejercicio de las armas, como otros muchos españoles acostumbraban; pero que la suerte suya había salido azar con el mal encuentro de los bandoleros, que le llevaban una buena cantidad de dineros, y tales vestidos, que no se compraran tan buenos con trecientos escudos; pero que con todo eso pensaba proseguir su camino, porque no venía de casta que se le había de helar al primer mal suceso el calor de su fervoroso deseo.
Las buenas razones del mozo—junto con haber oído que era tan cerca de su lugar, y más con la carta de recomendación que en su hermosura traía pusieron voluntad en los dos hermanos de favorecerle en cuanto pudiesen, y repartiendo entre los que más necesidad a su parecer tenían algunos dineros, especialmente entre frailes y clérigos, que había más de ocho, hicieron que subiese el mancebo en la mula de Calvete, y sin detenerse más, en poco espacio se pusieron en Igualada, donde supieron que las galeras, el día antes, habían llegado a Barcelona, y que de allí a dos días