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y apenas vió estrellado el aposento con la luz del día, cuando se levantó de la cama, diciendo: —Levantaos, señora Teodosia, que yo quiero acompañaros en esta jornada y no dejaros de mi lado hasta que como legítimo esposo tengáis en el vuestro a Marco Antonio, o que él o yo perdamos las vidas; y aquí veréis la obligación y voluntad en que me ha puesto vuestra desgracia.

Y diciendo esto, abrió las ventanas y puertas del aposento.

Estaba Teodosia deseando ver la claridad, para ver con la luz qué talle y parecer tenía aquel con quien había estado hablando toda la noche; mas cuando le miró y le conoció, quisiera que jamás hubiera amanecido, sino que allí en perpetua noche se le hubieran cerrado los ojos; porque apenas hubo el caballero vuelto los ojos a mirarla ―que también deseaba verta—, cuando ella conoció que era su hermano, de quien tanto se temia, a cuya vista casi perdió la de sus ojos, y quedó suspensa, y muda, y sin color en el rostro; pero sacando del temor esfuerzos. y del peligro discreción, echando mano a la daga, la tomó por la punta y se fué a hincar de rodillas delante de su hermano, diciendo con voz turbada y temerosa: —Toma, señor y querido hermano mío, y haz con este hierro el castigo del que he cometido, satisfaciendo tu enojo, que para tan grande culpa como la mía no es bien que ninguna misericordia me valga; yo confieso mi pecado, y no quiero que me sirva de disculpa mi arrepentimiento; sólo te