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de natural sentimiento, o que mi alma era de piedra y mi pecho de bronce duro; y si esta compasión que os tengo y el presupuesto que en mí ha nacido de poner mi vida por vuestro remedio—si es que vuestro mal le tiene—merece alguna cortesía, en recompensa ruégoos que la uséis conmigo, declarándome, sin encubrirme cosa, la causa de vuestro dolor.

—Si él no me hubiera sacado de sentido—respondió el que se quejaba—, bien debiera yo de acordarme que no estaba sola en este aposento, y así hubiera puesto más freno a mi lengua y más tregua a mis suspiros; pero en pago de haberme faltado la memoria en parte donde tanto me importaba tenerla, quiero hacer lo que me pedís, porque, renovando la amarga historia de mis desgracias, podría ser que el nuevo sentimiento me acabase; mas si queréis que haga lo que me pedís, habeisme de prometer, por la fe que me habéis mostrado en el ofrecimiento que me habéis hecho, y por quien vos sois que a lo que en vuestras palabras mostráis, prometéis mucho, que por cosas que de mí oigáis en lo que dijere, no os habéis de mover de vuestro lecho, ni venir al mío, ni preguntarme más de aquello que yo quisiera deciros; porque si al contrario de esto hiciéredes, en el punto que os sienta mover, con una espada que a la cabecera tengo me pasaré el pecho.

Esotro que mil imposibles prometiera por saber lo que tanto deseaba—le respondió que no