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téntame, que descaezco; págame lo que me debes; socórreme, pues por tantas vías te tengo obligado.

Calló en diciendo esto, dando muestra en los ayes y suspiros que no dejaban los ojos de derramar tiernas lágrimas. Todo lo cual con sosegado silencio estuvo escuchando el segundo huésped, coligiendo por las razones que había oído que sin duda alguna era mujer la que se quejaba, cosa que le avivó más el deseo de conocella, y estuvo muchas veces determinado de irse a la cama de la que se creía ser mujer; y hubiéralo hecho si en aquella sazón no le sintiera levantar, y abriendo la puerta de la sala dió voces al huésped de casa que le ensillase el cuartago, porque quería partirse. A lo cual, al cabo de un buen rato que el mesonero se dejó llamar, le respon⚫dió que se sosegase, porque aun no era pasada la media noche, y que la escuridad era tanta, que sería temeridad ponerse en camino. Quietose con esto, y volviendo a cerrar la puerta, se arrojó en la cama de golpe, dando un recio suspiro.

Parecióle al que escuchaba que sería bien hablarle, y ofrecerle para su remedio lo que de su parte podía, por obligarle con esto a que se descubriese, y su lastimera historia le contase, y así le dijo: —Por cierto, señor gentilhombre, que si los suspiros que habéis dado y las palabras que habéis dicho no me hubieran movido a condolerme del mal de que os quejáis, entendiera que carecía