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timero son del que se quejaba, y, admirado de los sellozos con que acompañaba los suspiros, atentamente se puso a escuchar lo que al parecer entre sí murmuraba. Estaba la sala escura, y las camas bien desviadas; pero no por esto dejó de oír, entre otras razones, éstas, que, con voz debilitada y flaca, el lastimado huésped primero decía: —Ay, sin ventura! ¿Adónde me lleva la fuerza incontrastable de mis hados? ¿Qué camino es el mío, o qué salida espero tener del intrincado laberinto donde me hallo? ¡Ay, pocos y mal experimentados años, incapaces de toda buena consideración y consejo! ¿Qué fin ha de tener ésta no sabida peregrinación mfa? ¡Ay, honra menospreciada; ay, amor mal agradecido; ay, respetos de honrados padres y parientes atropellados, y ay de mí una y mil veces, que tan a rienda.suelta me dejé llevar de mis deseos! ¡Oh, palabras fingidas, que tan de veras me obligastes a que con obras os respondiese! Pero ¿de quién mé quejo, cuitada? ¿Yo no soy la que quise engañarme? ¿No soy yo la que tomó el cuchillo en sus mismas manos, con que corté y eché por tierra mi crédito, con el que de mi valor tenían mis ancianos padres? ¡Oh, fementido Marco Antonio! ¿Cómo es posible que en las dulces palabras que me decías viniese mezclada la hiel de tus descortesías y desdenes? ¿Adónde estás, ingrato; adónde te fuiste, desconocido? Respóndeme, que te hablo; espérame, que te sigo; sus-