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Arnesto, pues, se enamoró de Isabela tan encendidamente, que en la luz de los ojos de Isabela tenía abrasada el alma; y aunque en el tiempoque Ricaredo había estado ausente, con algunas señales le había descubierto su deseo, nunca deIsabela fué admitido; y puesto que la repugnancia y los desdenes en los principios de los amores:

suelen hacer desistir de la empresa a los enamorados, en Arnesto obraron lo contrario los mu—chos y conocidos desdenes que le dió Isabela, porque con sus celos ardía y con su honestidad seabrasaba; y como vió que Ricaredo, según el parecer de la reina, tenía merecida a Isabela, y queen tan poco tiempo se le había de entregar pormujer, quiso desesperarse; pero antes que llegase a tan infame y tan cobarde remedio, habló asu madre, diciéndole pidiese a la reina le diese a Isabela por esposa, donde no, que pensase que la muerte estaba llamando a las puertas de su vida.

Quedó la camarera admirada de las razones de suhijo, y como conocía la aspereza de su arrojadacondición, y la tenacidad con que se le pegaban los deseos en el alma, temió que sus amores habían de parar en algún infelice suceso. Con todoeso, como madre a quien es natural desear y procurar el bien de sus hijos, prometió al suyo de hablar a la reina, no con esperanza de alcanzar della el imposible de romper su palabra, sino por no dejar de intentar cómo en salir desahuciada de los últimos remedios.

Y estando aquella mañana Isabela vestida por-