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le estaban ; porque no hay merced que el príncipe haga a su privado, que no sea una lanza que atraviese el corazón del envidioso. Quiso la reina saber de Ricaredo menudamente cómo había pasado la batalla con los bajeles de los cosarios; él le contó de nuevo, atribuyendo la victoria a Dios y a los brazos valerosos de sus soldados, encareciéndoles a todos juntos, y particularizando algunos hechos de algunos que más que los otros se habían señalado, con que obligó a la reina a hacer a todos merced, y en particular a los particulares; y cuando llegó a decir la libertad que en nombre de Su Majestad había dado a los turcos y cristianos, dijo:

—Aquella mujer y aquel hombre que allí están—señalando a los padres de Isabela—son los que dije ayer a vuestra Majestad, que con deseo de ver vuestra grandeza, encarecidamente me pidieron los trujese conmigo; ellos son de Cádiz, y de lo que ellos me han contado, y de lo que en ellos he visto y notado, sé que son gente principal y de valor.

Mandoles la reina que se llegasen cerca; alzó los ojos Isabela a mirar los que decían ser españoles, y más de Cádiz, con deseo de saber si por ventura conocían a sus padres. Ansí como Isabela alzó los ojos, los puso en ella su madre y detuvo el paso para mirarla más atentamente, y en la memoria de Isabela se comenzaron a despertar unas confusas noticias, que le querían dar a entender que en otro tiempo ella había visto