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Levantáos, Ricaredo—respondió la reina—, y creedme que si por precio os hubiera de dar a Isabela, según yo la estimo, no la pudiérades pagar ni con lo que trae esa nave ni con lo que queda en las Indias; dóyosla porque os la prometí, y porque ella es digna de vos, y vos lo sois della; vuestro valor sólo la merece; si vos habéis guardado las joyas de la nave para mí, yo os he guardado la joya vuestra para vos; y aunque os parezca que no hago mucho en volveros lo que es vuestro, yo sé que os hago mucha merced en ello; que las prendas que se compran a deseos y tienen su estimación en el alma del comprador, aquello valen que vale una alma, que no hay precio en la tierra con que aprecialla. Isabela, es vuestra, veisla allí; cuando quisiéredes podéis tomar su entera posesión, y creo será con su gusto, porque es discreta, y sabrá ponderar la amistad que le hacéis, que no la quiero llamar merced, sino amistad; porque me quíero alzar con el nombre de que yo sola puedo hacerle mercedes; idos a descansar, y venidme a ver mañana, que quiero más particularmente oír vuestras hazañas; y traedme esos dos que dices, que de su voluntad han querido venir a verme, que se lo quiero agradecer.

Besóle las manos Ricaredo por las muchas mercedes que le hacía. Entróse la reina en una sala, y las damas rodearon a Ricaredo, y una dellas, que había tomado grande amistad con Isabela, llamada la señora Tansi, tenida por la más dis-