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ra y en consecución de mi deseo, después de haber muerto de una apoplejía el general de Lansac, quedando yo en su lugar, merced a la liberalidad vuestra, me deparó la suerte dos galeras turquescas que llevaban remolcando aquella gran nave que allí se parece: acometíla, pelearon vuestros soldados como siempre; echáronse a fondo los bajeles de los cosarios; en el uno de los nuestros, en vuestro real nombre, di libertad a los cristianos que del poder de los turcos escaparon; sólo truje conmigo a un hombre y a una mujer, españoles, que por su gusto quisieron venir a ver la grandeza vuestra; aquella nave es de las que vienen de la India de Portugal, la cual por tormenta vino a dar en poder de los turcos, que con poco trabajo, por mejor decir sin ninguno, la rindieron, y según dijeron algunos portugueses de los que en ella venían, pasa de un millón de oro el valor de la especería y otras mercancías de perlas y diamantes que en ellas vienen; a ninguna cosa se ha tocado, ni los turcos habían llegado a ella; porque todo lo dedicó el cielo, y yo lo mandé guardar para vuestra Majestad, que con una joya sola que se me dé, quedaré en deuda de otras diez naves; la cual joya ya vuestra Majestad me la tiene prometida, que es a mi buena Isabela; con ella quedaré rico y premiado, no sólo deste servicio, cual él se sea, que a vuestra Majestad he hecho, sino de otros muchos que pienso hacer por pagar alguna parte del todo casi infinito que en esta joya vuestra Majestad me ofrece.