Página:Novelas ejemplares - Tomo II (1919).pdf/74

Esta página no ha sido corregida
74
 

podéis acertar a desearos: yo misma os seré guarda de Isabela, aunque ella da muestras que su honestidad será su más verdadera guarda: id con Dios, que pues vais enamorado, como imagino, grandes cosas me prometo de vuestras hazañas: felice fuera el rey batallador que tuviera en su ejército diez mil soldados amantes, que esperaran que el premio de sus victorias había de ser gozar de sus amadas. Levantáos, Ricaredo, y mirad si tenéis o queréis decir algo a Isabela, porque mañana ha de ser vuestra partida.

Besó las manos—Ricaredo a la reina, estimando en mucho la merced que le hacía, y luego se fué a hincar de rodillas ante Isabela, y queriéndola hablar no pudo, porque se le puso un nudo en la garganta, que le ató la lengua, y las lágrimas acudieron a los ojos, y él acudió a disimularlas lo más que le fué posible; pero con todo eso no se pudieron encubrir a los ojos de la reina, pues dijo:

—No os afrentéis, Ricaredo, de llorar, ni os tengáis en menos por haber dado en este trance tan tiernas muestras de vuestro corazón, que una cosa es pelear con los enemigos, y otra despedirse de quien bien se quiere: abrazad, Isabela, a Ricaredo, y dadle vuestra bendición, que bien lo merece su sentimiento.

Isabela, que estaba suspensa y atónita de ver la humildad y dolor de Ricaredo, que como a su esposo le amaba, no entendió lo que la reina le mandaba, antes comenzó a derramar lágrimas,