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bastante a darme salud y a mantenerme alegre y contento hasta que llegue el feliz punto que deseo.

En tanto que esto dijo Ricaredo, estuvo escuchándole Isabela, los ojos bajos, mostrando en aquel punto que su honestidad se igualaba a su hermosura, y a su mucha discreción su recato; y así, viendo que Ricaredo callaba, honesta, hermosa y discreta, le, respondió desta suerte:

—Después que quiso el rigor o la clemencia del cielo que no sé a cuál destos extremos lo atribuya quitarme a mis padres, señor Ricaredo, y darme a los vuestros, agradecida a las infinitas mercedes que me han hecho, determiné que jamás mi voluntad saliese de la suya, y así sin ella tendría no por buena, sino por mala fortuna la inestimable merced que queréis hacerme; si con su sabiduría fuere yo tan venturosa que os merezca, desde aquí os ofrezco la voluntad que ellos me dieren, y en tanto que esto se dilatare, o no fuere, entretengan vuestros deseos saber que los míos serán eternos y limpios en desearos el bien que el cielo puede daros.

Aquí puso silencio Isabela a sus honestas y discretas razones, y allí comenzó la salud de Ricaredo, y comenzaron a revivir las esperanzas de sus padres, que en su enfermedad muertas estaban.

Despidiéronse los dos cortésmente: él con lágrimas en los ojos, ella con admiración en el alma de ver tan rendida a su amor la de Ricare-