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que lo fuera contigo, y antes lo sería yo con una sotomía de muerte que contigo!

—Ea, boba—replicó Repolido, acabemos ya, que es tarde, y mire no se ensanche por verme hablar tan manso y venir tan rendido; porque vive el Dador, si se me sube la cólera al campanario, que sea peor la recaída que la caída!

Humíllese, y humillémonos todos, y no demos de comer al diablo.

—Y aun de cenar le daría yo—dijo la Cariharta porque te llevase donde nunca más mis ojos te viesen.

—¿No os digo yo?—dijo Repolido. Por Dios que voy oliendo, señora trinquete, que lo tengo de echar todo a doce, aunque nunca se venda!

A esto dijo Monipodio:

—En mi presencia no ha de haber demasías: la Cariharta saldrá, no por amenazas, sino por amor mío, y todo se hará bien; que las riñas entre los que bien se quieren son causa de mayor gusto cuando se hacen las paces. ¡Ah, Juliana! ¡Ah, niña! ¡Ah, Cariharta mía! Sal acá fuera, por mi amor; que yo haré que el Repolido te pida perdón de rodillas.

Como él eso haga—dijo la Escalanta—, todas seremos en su favor y en rogar a Juliana salga acá fuera.

—Si esto ha de ir por vía de rendimiento que güela a menoscabo de la persona—dijo el Repolido—, no me rendiré a un ejército formado de esguízaros; mas si es por vía de que la Cariharta