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riharta, que era una moza del jaez de las otras y del mismo oficio. Venía descabellada, y la cara llena de tolondrones; y así como entró en el patio se cayó en el suelo desmayada. Acudieron a socorrerla la Gananciosa y la Escalanta, y desabrochándola el pecho, la hallaron toda denegrida y como magullada. Echáronle agua en el rostro, y ella volvió en sí, diciendo a voces:

La justicia de Dios y del Rey venga sobre aquel ladrón desuellacaras, sobre aquel cobarde bajamanero, sobre aquel pícaro lendroso, que le he quitado más veces de la horca que tiene pelos en las barbas! ¡Desdichada de mí! Mirad por quién he perdido y gastado mi mocedad y la flor de mis años, sino por un bellaco desalmado, facineroso e incorregible!

—Sosiégate, Cariharta—dijo a esta sazón Monipodio; que aquí estoy yo, que te haré justicia. Cuéntanos tu agravio; que más estarás tú en contarle que yo en hacerte vengada; dime si has habido algo con tu respecto; que si así es y quieres venganza, no has menester más que boquear.

—¡Qué respecto?—respondió Juliana. Respectada me vea yo en los infiernos si más lo fuere de aquel león con las ovejas, y cordero con los hombres. Con aquél había yo de comer más pan a manteles, ni yacer en uno? Primero me vea yo comida de adivas estas carncs, que me ha parado de la manera que ahora veréis.

Y alzándose al instante las faldas hasta la ro-