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de su cofradía, porque su presencia agradable y su buena plática lo merecía todo. El respondió que, por dalles contento a todos, desde aquel punto se las concedía, advirtiéndoles que las estimasen en mucho, porque eran no pagar media nata del primer hurto que hiciesen; no hacer oficios menores en todo aquel año, conviene a saber: no llevar recaudo de ningún hermano mayor a la cárcel, ni a la casa, de parte de sus contribuyentes; piar el turco puro; hacer banquete cuándo, cómo y adónde quisieren, sin pedir licencia a su mayoral; entrar a la parte desde luego con lo que entrujasen los hermanos mayores, como uno deIlos, y otras cosas que ellos tuvieron por merced señaladísima, y los demás, con palabras muy comedidas, las agradecieron mucho.

Estando en esto, entró un muchacho corriendo y desalentado, y dijo:

El alguacil de los vagabundos viene encaminado a esta casa; pero no trae consigo gurullada.

—Nadie se alborote—dijo Monipodio—; que es amigo y nunca viene por nuestro daño. Sosiéguense; que yo le saldré a hablar.

Todos se sosegaron, que ya estaban algo sobresaltados, y Monipodio salió a la puerta, donde halló al alguacil, con el cual estuvo hablando un rato, y luego volvió a entrar Monipodio, y preguntó:

— A quién le cupo hoy la plaza de San Salvador?

—A mí—dijo el de la guía.