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gras por haberse descuidado, y los cañones crecidos, le dijo que procurase de no porfiar ni reñir con nadie, porque estaba aparejado a que le dijesen que mentía por la mitad de la barba.

Una vez contó que una doncella discreta y bien entendida, por acudir a la voluntad de sus padres, dió el sí de casarse con un viejo todo cano, el cual la noche antes del día del desposorio se fué, no al río Jordán, como dicen las viejas, sino a la redomilla del agua fuerte y plata, con que renovó de manera su barba, que le acostó de nieve, y la levantó de pez. Llegóse la hora de darse las manos, y la doncella conoció por la pinta, y por la tinta, la figura, y dijo a sus padres que le diesen el mismo esposo que ellos le habían mostrado; que no quería otro. Ellos le dijeron que aquel que tenía delante era el mismo que le habían mostrado y dado por esposo. Ella replicó que no era, y trujo testigos como el que sus padres le dieron era un hombre grave y lleno de canas, y que pues el presente no las tenía, no era él, y se llamaba a engaño. Atúvose a esto, corrióse el teñido, y deshízose el casamiento.

Con las dueñas tenía la misma ojeriza que con los escabechados; decía maravillas de su permafoy, de las mortajas de su tocas, de sus muchos melindres, de sus escrúpulos y de su extraordinaria miseria; amohinábanle sus flaquczas de estómago, sus vaguidos de cabeza, su modo de hablar, con más repulgos que sus tocas, y, finalmente, su inutilidad y sus vainillas.