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Ya yo sé que sois un Tántalo en ellas, porque se os van, por altas, y no las alcanzáis, de profundas.

Estando una vez arrimado a la tienda de un sastre, vióle que estaba mano sobre mano, y díjole:

—Sin duda, señor maeso, que estáis en camino de salvación.

—¿En qué lo veis? preguntó el sastre.

—¿En qué lo veo?—respondió Vidriera—. Véolo en que pues no tenéis que hacer, no tendréis ocasión de mentir.

Y añadió:

—Desdichado del sastre que no miente y cose las fiestas: cosa maravillosa es que casi en todos los deste oficio apenas se hallará uno que haga un vestido justo, habiendo tantos que los hagan pecadores.

De los zapateros decía que jamás hacían, conforme a su parecer, zapato malo; porque si al que se le calzaban venía estrecho y apretado, le decían que así había de ser, por ser de galanes calzar justo, y que en trayéndolos dos horas, vendrían más anchos que alpargates; y si le venían anchos, decían que así habían de venir, por amor de la gota.

Un muchacho agudo, que escribía en un oficio de provincia, le apretaba mucho con preguntas y demandas, y le traía nuevas de lo que en la ciudad pasaba, porque sobre todo discantaba y a todo respondía. Este le dijo una vez: