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No—respondió Vidriera—, sino que sabe cada uno de vosotros más pecados que un confesor; mas es con esta diferencia: que el confesor los sabe para tenerlos secretos, y vosotros, para publicarlos por las tabernas.

Oyó esto un mozo de mulas, porque de todo género de gente le estaba escuchando contino, y díjole:

—De nosotros, señor Redoma, poco o nada hay que decir, porque somos gente de bien, y necesaria en la república.

A lo cual respondió Vidriera:

—La honra del amo descubre la del criado; según esto, mira a quién sirves, y verás cuán honrado eres: mozos sois vosotros de la más ruin canalla que sustenta la tierra. Una vez, cuando no era de vidrio, caminé una jornada en una mula de alquiler tal, que le conté ciento y veinte y una tachas, todas capitales y enemigas del género humano. Todos los mozos de mulas tienen su punta de rufianes, su punta de cacos, y su es no es de truhanes: si sus amos que así llaman ellos a los que llevan en sus mulas—son boquimuelles, hacen más suertes en ellos que las que echaron en esta ciudad los años pasados; sí son extranjeros, los roban; si estudiantes, los maldicen; si religiosos, los reniegan; y si soldados, los tiemblan.

Estos, y los marineros y carreteros y harrieros, tienen un modo de vivir extraordinario y solo para ellos: el carretero pasa lo más de la vida en espacio de vara y media de lugar, que poco más