los malos la vomitaban. Arrimóse un día, con grandísimo tiento, porque no se quebrase, a la tienda de un librero, y díjole:
—Este oficio me contentara mucho si no fuera por una falta que tiene.
Preguntóle el librero se la dijese. Respondióle:
—Los melindres que hacen cuando compran un privilegio de un libro, y la burla que hacen a su autor si acaso le imprime a su costa, pues en lugar de mil y quinientos, imprimen tres mil libros, y cuando el autor piensa que se venden los suyos, se despachan los ajenos.
Acaeció este mismo día que pasaron por la plaza seis azotados, y diciendo el pregón: "Al primero, por ladrón", dió grandes voces a los e estaban delante dél, diciéndoles:
—Apartaos, hermanos, no comience aquella cuenta por alguno de vosotros.
Y cuando el pregonero llegó a decir: "Al trasero...", dijo:
—Aquél debe de ser el fiador de los muchachos.
Un muchacho le dijo:
—Hermano Vidriera, mañana sacan a azotar a una alcagüeta.
Respondióle:
—Si dijeras que sacaban a azotar a un alcagülete, entendiera que sacaban a azotar un coche.
Hallóse allí uno destos que llevan sillas de manos, y díjole:
—De nosotros, Licenciado, no tenéis qué decir?
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