No se me da un ardite—respondió él—, como no tenga nada de necio.
Pasando un día por la casa llana y venta común, vió que estaban a la puerta della muchas de sus moradoras, y dijo que eran bagajes del ejército de Satanás, que estaban alojados en el mesón del Infierno. Preguntóle uno que qué consejo o consuelo daría a un amigo suyo, que estaba muy triste porque su mujer se le había ido con otro. A lo cual respondió:
—Dile que dé gracias a Dios por haber permitido le llevasen de casa a su enemigo.
—Luego no irá a buscarla?—dijo el otro.
—Ni por pienso—replicó Vidriera—; porque sería el hallarla hallar un perpetuo y verdadero testigo de su deshonra.
—Ya que eso sea así—dijo el mismo—, ¿qué haré yo para tener paz con mi mujer?
Respondióle:
—Dale lo que hubiere menester; déjala que mande a todos los de su casa; pero no sufras que ella te mande a ti.
Díjole un muchacho:
—Señor Licenciado Vidriera, yo me quiero desgarrar de mi padre, porque me azota muchas veces, Y respondióle:
—Advierte, niño, que los azotes que los padres dan a los hijos, honran; y los del verdugo, afrentan.
Estando a la puerta de una iglesia, vió que 1.