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la gran nave de la India, o me presentaran al Gran Turco, o me quitaran la vida; y de presentarme al Gran Señor redundara no tener libertad en mi vida. Finalmente, el padre redentor vino a España conmigo y con otros cincuenta cristianos rescatados. En Valencia hicimos la procesión general, y desde allí cada uno se partió donde más le plugo, con las insignias de su libertad, que son estos habiticos; hoy llegué a esta ciudad con tanto deseo de ver a Isabela mi esposa, que sin detenerme a otra cosa, pregunté por este monasterio, donde me habían de dar nuevas de mi esposa; lo que en él me ha sucedido ya se ha visto; lo que queda por ver son estos recaudos, para que se pueda tener por verdadera mi historia, que tiene tanto de milagrosa como de verdadera; y luego en diciendo esto, sacó de una caja de lata los recaudos que decía, y se los puso en las manos del provisor, que los vió junto con el señor asistente, y no halló en ellos cosa que le hiciese dudar de la verdad que Ricaredo había contado.

Y para más confirmación della, ordenó el cielo que se hallase presente a todo esto el mercader florentín, sobre quien venía la cédula de los mil y seiscientos ducados, el cual pidió que le mostrasen la cédula, y mostrándosela la reconoció, y la acepto para luego, porque muchos meses había que tenía aviso desta partida; todo esto fué añadir admiración a admiración y espanto a espanto. Ricaredo dijo que de nuevo ofrecia los quinientos ducados que había prometido. Abrazó el asisten-