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que viniese a manos de un cristiano cautivo español, que los guardó; que si viniera a poder de los turcos, por lo menos había de dar por mi rescate lo que rezaba la cédula, que ellos averiguarían cúya era.

Trujéronnos a Argel, donde hallé que estaban rescatando los padres de la Santísima Trinidad; hablélos, díjeles quién era, y movidos de caridad, aunque yo era extranjero, me rescataron en esta forma: que dieron por mí trescientos ducados, los ciento luego, y los doscientos cuando volviese el bajel de la limosna a rescatar al padre de la redención, que se quedaba en Argel empeñado en cuatro mil ducados, que había gastado más de los que traía; porque a toda esta misericordia y liberalidad se extiende la caridad destos padres, que dan su libertad por la ajena, y se quedan cautivos por rescatar los cautivos. Por añadidura del bien de mi libertad hallé la caja perdida, con los recaudos y la cédula; mostrésela al bendito padre que me había rescatado, y ofrecíle quinientos ducados más de los de mi rescate para ayuda de su empeño. Casi un año se tardó en volver la nave de la limosna; y lo que en este año me pasó, a poderlo contar ahora, fuera otra nueva historia; sólo diré que fuí conocido de uno de los veinte turcos, que di libertad con los demás cristianos ya referidos, y fué tan agradecido y tan hombre de bien, que no quiso descubrirme; porque a conocerme los turcos por aquel que había echado a fondo sus dos bajeles, y quitádoles de las manos