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término que habían visto de ser religiosa; engrandeció la liberalidad de la reina; la cristiandad de Ricaredo y de sus padres; y acabó con decir que dijese Ricaredo lo que le había sucedido después que salió de Londres hasta el punto presente, donde le veían con hábito de cautivo, y con una señal de haber sido rescatado por limosna.

—Así es—dijo Ricaredo, y en breves razones sumaré los inmensos trabajos míos.

—Después que me partí de Londres por excusar el casamiento que no podía hacer con Clisterna, aquella doncella escocesa católica con quien ha dicho Isabela que mis padres me querían casar, llevando en mi compañía a Guillarte, aquel paje que mi madre escribe que llevó a Londres las nuevas de mi muerte, atravesando por Francia llegué a Roma, donde se alegró mi alma y se fortaleció mi fe; besé los pies al Sumo Pontífice, confesé mis pecados con el mayor penitenciero, absolvióme dellos, y dióme los recaudos necesarios que diesen fe de mi confesión y penitencia, y de la reducción que había hecho a nuestra universal madre la Iglesia. Hecho esto, visité los lugares tan santos como innumerables que hay en aquella ciudad santa, y de dos mil escudos que tenía en oro, di los mil y seiscientos a un cambio, que me los libró en esta ciudad sobre un tal Roqui, florentín; con los cuatrocientos que me quedaron, con intención de venir a España me partí para Génova, donde había tenido nuevas que estaban dos galeras de aquella señoría, de