Página:Novelas ejemplares - Tomo II (1919).pdf/114

Esta página no ha sido corregida
114
 

bela, que tantos meses se les había eclipsado; y como es costumbre de las doncellas que van a tomar el hábito ir lo posible galanas y bien compuestas, como quien en aquel punto echa el resto de la bizarría y se descarta della, quiso Isabela ponerse lo más bizarra que le fué posible; y así se vistió con aquel vestido mismo que llevó cuando fué a ver a la reina de Inglaterra, que ya se ha dicho cuán rico y cuán vistoso era; salieron a luz las perlas y el famoso diamante, con el collar y cintura, que asimismo era de mucho valor. Con este adorno y con su gallardía, dando ocasión para que todos alabasen a Dios en ella, salió Isabela de su casa a pie, que el estar tan cerca el monasterio excusó los coches y carrozas; el concurso de la gente fué tanto, que les pesó de no haber entrado en los coches, que no les daban lugar de llegar al monasterio; unos bendecfan a sus padres, otros al cielo que de tanta hermosura la había dotado; unos, se empinaban por verla; otros, habiéndola visto una vez, corrían adelante por verla otra; y el que más solícito se mostró en esto, y tanto que muchos echaron de ver en ello, fué un hombre vestido en hábito de los que vienen rescatados de cautivos, con una insignia de la Trinidad en el pecho en señal que han sido rescatados por la limosna de sus redentores. Este cautivo, pues, al tiempo que ya Isabela tenía un pie dentro de la portería del convento, donde habían salido a recebirla, como es uso, la priora y las monjas con la cruz, a grandes voces dijo: