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de ser monja, pues lo podía ser teniéndose por viuda. Sus padres disimularon y encubrieron con discreción la pena que les había dado la triste nueva, por poder consolar a Isabela en la amarga que sentía; la cual, casi como satisfecha de su dolor, templándole con la santa y cristiana resolución que había tomado, ella consolaba a sus padres, a los cuales descubrió su intento, y ellos le aconsejaron que no le pusiese en ejecución hasta que pasasen los dos años que Ricaredo había puesto por término a su venida, que con esto se confirmaría la verdad de la muerte de Ricaredo, y ella con más seguridad podía mudar de estado.

Ansí lo hizo Isabela, y los seis meses y medio que quedaban para cumplirse los dos años, los pasó en ejercicios de religiosa, y en concertar la entrada del monasterio, habiendo elegido el de Santa Paula, donde estaba su prima. Pasóse el término de los dos años, y llegóse el día de tomar el hábito, cuya nueva se extendió por la ciudad, y de los que conocían de vista a Isabela, y de aqueIlos que por sola su fama, se llenó el monasterio y la poca distancia que dél a la casa de Isabela había; y convidando su padre a sus amigos, y aquéllos a otros, hicieron a Isabela uno de los más honrados acampañamientos que en semejantes actos se habían visto en Sevilla. Hallóse en él el asistente, y el provisor de la Iglesia y vicario del arzobispo, con todas las señoras y señores de título que había en la ciudad; tal era el deseo que en todos había de ver el sol de la hermosura de IsaNOV, EJEMP.—T. II 8