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recogimiento y en sus oraciones y buenos deseos esperando a Ricaredo. Este su grande retraimiento tenía abrasados y encendidos los deseos, no sólo de los písaverdes del barrio, sino de todos aquellos que una vez la hubiesen visto; de aquí nacieron músicas de noche en su calle y carreras de día. Deste no dejar verse y desearlo muchos, crecieron las alhajas de las terceras, que prometieron mostrarse primas y únicas en solicitar a Isabela, y no faltó quien se quiso aprovechar de lo que llaman hechizos, que no son sino embustes y disparates; pero a todo esto estaba Isabela como roca en mitad de la mar, que la tocan, pero no la mueven las olas ni los vientos. Año y medio era ya pasado, cuando la esperanza propincua de los dos años por Ricaredo prometidos, comenzó con más ahinco que hasta allí a fatigar el corazón de Isabela; y cuando ya le parecía que su esposo llegaba, y que le tenía ante los ojos, y le preguntaba qué impedimentos le habían detenido tanto; cuando ya llegaban a sus ofdos las disculpas de su esposo, y cuando ya ella le perdonaba y le abrazaba, y como a mitad de su alma le recebía, llegó a sus manos una carta de la señora Catalina, fecha en Londres cincuenta días había; venía en lengua inglesa; pero leyéndoła en español, vió que así decía:

"Hija de mi alma: Bien conociste a Guillarte el paje de Ricaredo; éste se fué con él. al viaje, que por otra parte te avisé que Ricaredo a Francia y a otras partes había hecho el segundo día