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a caza. Los regalos que la señora Catalina dió a Isabela para el viaje fueron muchos, los abrazos infinitos, las lágrimas en abundancia, las encomiendas de que la escribiese sin número, y los agradecimientos de Isabela y de sus padres correspondieron a todo; de suerte que aunque llorando, los dejaron satisfechos.

Aquella noche se hizo el bajel a la vela, y habiendo con próspero viento tocado en Francia, y tomado en ella los recaudos necesarios para poder entrar en España, de allí a treinta días entró por la barra de Cádiz, donde desembarcaron Isabela y sus padres, y siendo conocidos de todos los de la ciudad, los recebieron con muestras de mucho contento. Recebieron mil parabienes del hallazgo de Isabela, y de la libertad que habían alcanzado ansí de los moros que los habían cautivado habiendo sabido todo su suceso de los cautívos a que dió libertad la liberalidad de Ricaredo, como de la que habían alcanzado de los ingleses. Ya Isabela en este tiempo comenzaba a dar grandes esperanzas de volver a cobrar su primera hermosura. Poco más de un mes estuvieron en Cádiz, restaurando los trabajos de la navegación, y luego se fueron a Sevilla por ver si salía cierta la paga de los diez mil escudos, que librados sobre el mercader francés traían. Dos días después de llegar a Sevilla le buscaron, y le hallaron, y le dieron la carta del mercader francés de la ciudad de Londres; él la. reconoció, y díjo que hasta que de París le viniesen las letras