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dos aquellos de su vida hasta estar enterada que él no la tenía; porque en el punto que esto supiese, sería el mismo de su muerte. Con estas tiernas palabras se renovaron las lágrimas en todos, y Ricaredo salió a decir a sus padres como en ninguna manera no se casaría, ni daría la mano a su esposa la escocesa, sin haber primero ido a Roma a asegurar su conciencia. Tales razones supo decir a ellos, y a los parientes que habían venido Icon Clisterna, que así se llamaba la escocesa, que como todos eran católicos fácilmente las creyeron; y Clisterna se contentó de quedar en casa de su suegro hasta que Ricaredo volviese, el cual pidió de término un año.

Esto ansí puesto y concertado, Clotaldo dijo a Ricaredo como determinaba enviar a España a Isabela y a sus padres, si la reina les daba licencia; quizá los aires de la patria apresurarían y facilitarían la salud que ya comenzaba a tener.

Ricaredo por no dar indicio de sus designios, respondió tibiamente a su padre que hiciese lo que mejor le pareciese; sólo le suplico que no quitase a Isabela ninguna cosa de las riquezas que la reina le. había dado. Prometióselo Clotaldo, y aquel mismo día fué a pedir licencia a la reina, así para casar a su hijo con Clisterna, como para enviar a Isabela y a sus padres a España. De todo se contento la reina, y tuvo por acertada la determinación de Clotaldo; y aquel mismo día, sin acuerdo de letrados y sin poner a su camarera en tela de juicio, la condenó en que no sirviese más su ofi-