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HISTORIA ORIENTAL.

el plumage de sus yelmos, los clavos de sus braceletes, la malla de sus armas. De punta y de filo se hieren á izquierda, á derecha, la cabeza, el pecho: retiranse, acométense; se apartan, se agarran de nuevo; dóblanse como serpientes, embísterise como leones: á cada instante salfan chispas de los golpes que se pegan. Zadig cobra en fin algún aliento, se para, esquiva un golpe de Otames, no le da vagar, le derriba, le desarma, y Otames exclama: Caballero blanco, á vos es debido el trono de Babilonia. No cabia en sí la reyna de alborozo. Lleváron al caballero azul y al caballero blanco, á cada uno á su aposento, como habian hecho con todos los demas, cumpliendo con lo que mandaba la ley. Unos mudos los viniéron á servir, y les traxéron de comer. Bien se puede presumir si seria el mudo de la reyna el que sirvió á Zadig. Dexáronlos dormir solos hasta el otro dia por la mañana, que era quando habia de llevar el vencedor su mote al sumo mago, para cotejarle y darse á conocer.

Tan cansado estaba Zadig que durmió profundamente, puesto que enamorado; mas no dormia Itobad que estaba acostado en el quarto inmediato: y levantándose por la noche entró en el de Zadig, cogió sus armas blancas y su mote, y puso las suyas verdes en lugar de ellas. Apénas rayaba el alba, quando se presentó ufano al sumo mago, declarándole que un hombre como él era el vencedor. Nadie lo esperaba,