que traía de Arabia; y el pescador atónito y confuso besaba las plantas del amigo de Cador, y le apellidaba su ángel tutelar.
Zadig no cesaba de preguntarle noticias, y de verter llanto. ¿Cómo, señor, exclamó el pescador, tambien sois desdichado siendo benéfico? Cien veces mas infeliz que tú, respondió Zadig. ¿Cómo puede ser, decia el buen hombre, que sea el que da mas digno de lástima que el que recibe? Porque tu mayor desgracia, replicó Zadig, era la necesidad, y la mia pende del coraron. ¿Os ha robado Orcan á vuestra muger? dixo el pescador. Esta pregunta traxo á la memoria á Zadig todas sus aventuras, y le hizo repasar la lista de todos sus infortunios, empezando por la perra de la reyna hasta su arribo á casa del bandolero Arbogad. Ha, dixo al pescador, Orcan es digno de castigo; pero por lo comun esos son los hombres que estan en privanza del destino. Sea como fuere, vete á casa del señor Cador, y espérame. Separáronse con esto: el pescador se fúe dando gracias á su estrella, y Zadig maldiciendo sin cesar la suya.
Llegó Zadig á un hermoso prado, donde vió una muchedumbre de mugeres que andaban buscando solícitas cosa que parecia que habian