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ZADIG,

Zadig, le cobró estimacion. Baxó por tanto, y vino en persona á contener á los sujos, y librar á los dos caminantes. Quanto por mis tierras pasa es mio, dixo, no ménos que lo que en tierras agenas encuentro; pero me pareceis tan valeroso, que os exîmo de la comun ley. Hízole entrar en el castillo, mandando á su tropa que le tratase bien; y aquella noche quiso cenar con Zadig.

Era el amo de este castillo uno de aquellos Arabes que llaman ladrones, el qual entre mil atrocidades solia hacer alguna accion buena; robaba con una furiosa rapacidad, y daba con prodigalidad: intrépido en una accion, de buen genio en el trato de la vida, bebedor en la mesa, de buen humor quando habia bebido, y sobretodo sin solapa ninguna. Gustóle mucho Zadig, y con la conversacion que se animó duró mucho el banquete. Díxole en fin Arbogad: Aconsejoos que tomeis partido conmigo, no podeis hacer cosa mejor; no es tan malo el oficio, y un dia podeis llegar á ser lo que yo soy. ¿Se puede saber, respondió Zádig, desde quando exercitais tan hidalga profesion? Desde niño, replicó el señor. Era criado de un Arabe muy hábil, y no podia acostumbrarme á mi estado, desesperado de ver que perteneciendo igualmente la tierra á todos, no me hubiera cabido á mí la porcion correspondiente. Fiéle mi pena á un Arabe viejo, el qual me dixo: Hijo mio, no te desesperes; sábete que en tiempos antiguos