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ZADIG,

estado, ó criar á lo ménos los que tenian; y convino Setoc en que era preciso hacer quanto para abolir tan inhumano estilo fuese posible. Pero añadió luego: Mas de mil años ha que estan las mugeres en posesion de quemarse vivas. ¿Quién se ha de atrever á mudar una lej consagrada pur el tiempo? ¿ni qué cosa hay mas respetable que un abuso antiguo? Mas antigua es todavía la razon, replicó Zadig; hablad vos con los caudillos de las tribus, miéntras yo voy á verme con la viuda moza.

Presentóse á ella; y despues de hacerse buen lugar encareciendo su hermosura, y de haberle dicho quan lastimosa cosa era que tantas perfecciones fuesen pasto de las llamas, tambien exâltó su constancia y su esfuerzo. ¿Tanto queríais á vuestro marido? le dixo. ¿Quererle? no por cierto, respondió la dama árabe: si era un zafio, un zeloso, hombre inaguantable; pero tongo hecho propósito firme de tirarme á su hoguera. Sin duda, dixo Zadig, que debe ser un gusto exquisito esto de quemarse viva. Ha, la naturaleza se estremece, dixo la dama, pero no tiene remedio. Soy devota, y perderia la reputacion que por tal he grangeado, y todos se reirian de mí si no me quemara. Habiéndola hecho confesar Zadig que se quemaba por el que dirán y por mera vanidad, conversó largo rato con ella, de modo que le inspiró algun apego á la vida, y cierta buena voluntad á quien con ella razonaba, ¿Qué hiciérais, le dixo en fin,