La primera jornada de nuestros dos caminantes fué bastante agradable, llevados en alas de la idea de encontrarse posesores de mayores tesoros que quantos en Asia, Europa y Africa se podian reunir. El enamorado Candido grabó el nombre de Cunegunda en las cortezas de los árboles. A la segunda jornada se atolláron en pantanos dos carneros, y pereciéron con la carga que llevaban; otros dos se muriéron de cansancio algunos dias despues; luego pereciéron de hambre de siete á ocho en un desierto; de allí á algunos dias se cayéron otros en unas simas: por fin á los cien dias de viage no les quedáron mas que dos carneros. Candido dixo á Cacambo: Ya ves, amigo, que deleznables son las riquezas de este mundo; nada hay sólido, como no sea la virtud, y la dicha de volver á ver á Cunegunda. Confiéselo así, dixo Cacambo; pero todavía tenemos dos carneros con mas tesoros que quantos podrá poseer el rey de España, y desde aquí columbro una ciudad, que presumo que ha de ser Surinam, colonia holandesa. Al término de nuestras miserias tocamos, y al principio de nuestra ventura.