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CANDIDO,

muerte del jesuita tudeseo. El vigilante Cacambo no se habia olvidado de hacer buen repuesto de pan, chocolate, jamon, fruta, y botas de buen vino, y así se metiéron con sus caballos andaluces en un pais desconocido, donde no descubriéron sendero ninguno trillado: al cabo se ofreció á su vista una hermosa pradera regada de mil arroyuelos, y nuestros dos caminantes dexáron pacer sus caballerías, Cacambo propuso á su amo que comiese, dándole con el consejo el exemplo. ¿Cómo quieres, le dixo Candido, que coma jamon, después de haber muerto al hijo del señor baron, y viéndome condenado á no volver á mirar á la bella Cunegunda? ¿Qué me valdrá el alargar mis desventurados años, debiendo pasailos léjos de ella en los remordimientos y la desesperacion? ¿Qué dirá el diarista de Trevoux?

Dicho esto, no dexó de comer. El sol iba á ponerse, quando á deshora oyen los dos asendereados caminantes unos blandos quejidos como de mugeres; pero no sabian si eran de gusto ó de sentimiento: levantáronse empero á toda priesa con el susto y la inquietud que qualquiera cosa infunde en un pais no conocido. Daban estos gritos dos mozas en cueros, que corrian con mucha ligereza por la pradera, y en su seguimiento iban dos ximios dándoles bocados en las nalgas. Movióse Candido á compasion; habia aprendido á tirar con los Búlgaros, y era tan diestro que derribaba una avellana del