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CANDIDO,

tambien he de confesar que era muy lindo mozo, y que tenia la carne suave y blanca, pero poco entendimiento, y ménos filosofía: y á tiro de ballesta se echaba de ver que no le habia educado el doctor Panglós. A cabo de tres meses perdió todo quanto dinero tenia, y no curándose mas de mí, me vendió á un Judío llamado Don Isacar, que tenia casa de comercio en Holanda y en Portugal, y se perdia por mugeres. Prendóse mucho de mi el tal Judío, pero nada pudo conseguir, que me he resistido á el mas bien que al soldado bulgaro; porque una honrada muger bien puede ser violada una vez, pero con ese mismo contratiempo se fortalece su virtud. El Judío para domesticarme me ha traído á la casa de campo que vm. ve. Hasta ahora habia creido que no habia en la tierra mansion mas hermosa que la granja de Tunder-ten-tronck, pero ya estoy desengañada de mi error.

El inquisidor general me vió un dia en misa, no me quitó los ojos de encima, y me mandó á decir que me tenia que hablar de un asunto secreto. Lleváronme á su palacio, y yo le dixe quien eran mis padres. Representóme entónces quanto desdecia de mi nobleza el pertenecer á un israelita. Su Ilustrísima propuso á Don Isacar que le hiciera cesión de mí; y este, que es banquero de palacio y hombre de mucho poder, nunca tal quiso consentir. El inquisidor le amenazó con un auto de fe. Al fin atemorizado